¿Estás de acuerdo con la privatización del Fútbol Peruano?

La historia de la violencia de las barras se repite. La muerte de María Paola Vargas, lanzada de una combi por un barrista asesino, se suma a los cientos de incidentes causados por barristas de equipos de fútbol.

Esta no es historia nueva. Hace ya varios años tomé a mis alumnos de maestría como examen la siguiente pregunta: ¿Qué puede hacer el Derecho para resolver el problema de las barras bravas y la violencia que generan?

Las respuestas que recibí estaban en su gran mayoría dentro de lo que esperaba: hay que subir las penas a este tipo de actos, hay que hacerle pagar indemnizaciones a los barristas o a los mismos clubes por los daños que causen, o hay que crear seguros obligatorios (tipo SOAT) para que los equipos asuman el costo de los daños causados por sus barras. Algunos, algo más originales, plantearon castigar con puntos en el campeonato a los equipos cuyas barras protagonizaran actos violentos.

Sin embargo, hubo una respuesta que se salió de lo común, y que planteó una solución totalmente distinta, porque diagnosticó que el problema era también diferente. En la respuesta de mi buen amigo Enrique Ghersi, el problema estaba en la falta de derechos de propiedad sobre el fútbol. Ghersi transformó sus respuestas al examen en un artículo que pueden encontrar en http://www.citel.org/ensayos/barras.htm.

El planteamiento de Enrique Ghersi es muy sencillo. El problema es que los equipos de fútbol no tienen verdaderos dueños. Su propiedad recae en un grupo indefinido y poco interesado de socios, que eligen a sus presidentes y juntas directivas no como se elige a un directorio de una empresa, sino como elegimos a nuestros congresistas. En otras palabras, los clubes son más organizaciones políticas que empresas con objetivos económicos.

Una de las cosas que hace la propiedad es que internalizan los costos y beneficios del uso de los recursos en los dueños. Si no invierto en mi propiedad y ésta se pierde, el costo lo asumo yo. Si uso mi propiedad de mala manera y la desperdicio, yo cargo con los perjuicios. Si coloco mi propiedad en un buen negocio, recibo los beneficios por la vía de rentas y utilidades. Pero si no hay dueño, nadie se preocupa de generar costos porque se reparten a la sociedad en general y a nadie en particular, ni de generar beneficios porque éstos no serán recibidos por ninguna persona concreta.

Destaca Enrique cómo es curioso que deportes mucho más violentos y de contacto físico como el fútbol americano o el básquet en Estados Unidos (donde ni siquiera hay barreras de contención entre los asistentes al estadio y los jugadores) no tengan problemas de barras bravas. La explicación es sencilla. En esos deportes los equipos tienen dueños, son sociedades mercantiles con accionistas que esperan utilidades. Si los directorios o gerentes de los clubes promovieran o permitieran el desarrollo de trogloditas capaces de matar a una muchacha inocente lanzándola de una combi en movimiento, o agarraran a golpes a los asistentes a un partido, o destruyen las casas vecinas al estadio, estarían afectando la viabilidad del negocio en el largo plazo. La siguiente junta de accionistas los pondría de patitas en la calle. No habría incentivos para reclutar delincuentes como fuerza de choque. Por el contrario, los incentivos estarían en controlar esas barras y no en darles entradas gratis o recursos para que se organicen y causen estragos.

En esa línea el fenómeno de las barras bravas se asemeja al de los partidos políticos, que suelen contar con fuerzas de choque para posicionar a sus distintos integrantes y defender sus posiciones. Y es que en la política, como en el fútbol, la falta de propiedad es un elemento común.

Quizás ello sea una de las razones que explique, entre muchos otros, la reducción de la violencia en los estadios en Europa, donde la privatización de clubes convirtiéndolas en auténticas empresas, se ha ido volviendo la regla.

Ningún empresario en su sano juicio fomentaría que su actividad económica se vuelva riesgosa y violenta. Pero nos sobran personajes de nuestro fútbol que fomentan la violencia, cuando no son ellos mismos violentos. Los dirigentes de los equipos saben que estar bien con la barra puede ser más importante que estar bien con los socios de las asociaciones civiles. No ven al club como un negocio, sino como una fuente de poder. Y por ello acoger delincuentes se vuelve consustancial a su supervivencia.

El que las sociedades de personas son ineficientes en relación con las sociedades de capitales no es un secreto y es un lugar común en la literatura del análisis económico del derecho. La estructura de titularidad en una asociación civil es abstracta, general y poco definida. El socio no sabe muy bien de qué es dueño. No sabe si recibirá utilidades ni se le pedirá capital si el club arroja pérdidas. La sociedad de personas se vuelve una suerte de bien común, de algo que al ser de todos, no es de nadie. Y al no ser de nadie, a nadie interesa su futuro.

Por el contrario, una sociedad de capitales tiene dueños concretos y definidos, cada uno de los cuales desea que la sociedad genere los beneficios económicos deseados. Ese interés se alineará con desterrar la violencia, que será reemplazada por seguridad.

La mejora en la estructura de propiedad de los equipos no sólo mejora el rendimiento deportivo y económico de los equipos (finalmente, un buen rendimiento deportivo significa también más dinero) sino que además reducirá la violencia en los estadios y en la calle.